Nicolás Olea, catedrático de Radiología en la Universidad de Granada y Director Científico del Instituto de Investigación Biosanitaria en la misma ciudad lleva años denunciando la inacción de los poderes públicos ante los graves problemas de salud que provocan los químicos tóxicos presentes en el medio ambiente. Pues bien, un estudio reciente titulado Generation Future desvela ahora que un joven de clase media que viva en una ciudad consume diariamente 81 sustancias químicas diferentes -36 de ellas pesticidas- de las que al menos 47 pueden ser cancerígenas. Y es que como bien denuncia Nicolás Olea, al que hemos entrevistado para nuestros lectores, están presentes en todas partes: alimentos, cosméticos, productos de limpieza e higiene, plásticos, sartenes, fibras textiles…. Con el consentimiento criminal de nuestras autoridades.
Más de un centenar de médicos de distintas especialidades se dieron cita el pasado mes de abril en el Salón de Actos del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares (Madrid) para escuchar los irrefutables datos que sobre los tóxicos medioambientales proporcionó el doctor Nicolás Olea durante su ponencia. Datos contrastados que le han llevado a concienciar a sus colegas, a las autoridades y a la población en general recorriendo para ello en los últimos años miles de kilómetros por toda España.
Y es que no alberga la más mínima duda: los miles de químicos presentes en todo tipo de productos que se comercializan sin haberse probado previamente su inocuidad constituyen ya un enorme problema de salud pública que no quiere afrontarse. Siendo especialmente grave el uso de los denominados disruptores endocrinos, compuestos químicos que afectan negativamente la actividad hormonal de ambos sexos.
El Dr. Olea lleva años acudiendo a todo tipo de actos y eventos alertando de este peligro hasta que, por fin, quienes le piden que vaya a hablar de ello son los grandes centros hospitalarios en los que por primera vez muchos médicos empiezan a ser realmente conscientes no ya del problema sino de su gravedad.
Y se trata de alguien que sabe muy bien de qué habla. Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, Coordinador de Investigación del Hospital Clínico Universitario San Cecilio y Director Científico del granadino Instituto de Investigación Biosanitaria es además experto en Radiología e investigador principal en los Centros de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública (CIBER). Tras terminar en 1980 su período de residente como especialista médico en el Hospital Clínico el doctor Olea se marcharía con una beca postdoctoral a Bruselas a trabajar en un centro de investigación sobre el cáncer de mama siendo allí donde pronto se familiarizó con los mecanismos hormonales. Una vez de regreso y tras pasar dos años más en Granada se trasladaría a Boston (EEUU) a investigar el cáncer de próstata. Y fue allí, en su nuevo puesto, cuando se concienciaría de verdad del peligro que representan los compuestos químicos sintéticos que alteran la regulación hormonal. Lo curioso es que se debió a un error -la repetida alteración de los resultados de determinados análisis- lo que sirvió para descubrir que el plástico usado para guardar la sangre de los pacientes contaminaba ésta con un estrógeno sintético: el nonilfenol. Ocurrió en diciembre de 1987 y entonces se ignoraba que el plástico pudiera alterar significativamente la función hormonal del ser humano pero una vez eso se corroboró el doctor Olea decidió divulgarlo y además estudiar el impacto de otros tóxicos ambientales. Primero el de sustancias como el DDT -demostrando su relación con el cáncer de mama y presente en nuestros organismos muchos años después de que se prohibiera como insecticida- y después el de otras muchas; de centenares con las que convivimos a diario.
EL PELIGRO DE LOS DISRUPTORES ENDOCRINOS
Se trata en suma de un grave peligro del que pocos hablan aunque nosotros hemos dedicado ya a la contaminación química medioambiental numerosos artículos con los títulos ¡Estamos todos altamente contaminados! (I y II), ¿Podrá la industria química seguir contaminándonos impunemente?, La mayor parte de los cosméticos convencionales son tóxicos, El enorme peligro de algunos envases de plástico, El agua está contaminada por todo tipo de fármacos, El potencial peligro de biberones, chupetes, tetillas, botellas y otros productos de uso masivo, Injustificable intoxicación masiva de los niños y ¿Son los parabenos la principal causa del cáncer de mama? que aparecieron en los números 58, 59, 63, 76, 112, 125, 131, 136 y 150 respectivamente así como los siete textos publicados en la sección de Medicina Ambiental que vieron la luz entre los números 132 y 138 (pueden leerse en nuestra web: http://www.dsalud.com). No habíamos sin embargo hablado aún con el doctor Nicolás Olea, algo que en esta ocasión hemos tenido oportunidad de hacer. Pero antes de plasmar la entrevista recordemos al lector no versado en Medicina que se llama sistema endocrino u hormonal al conjunto de tejidos y glándulas encargadas de segregar las hormonas -adrenalina, noradrenalina, insulina, glucagón, melatonina, estrógenos, progesterona, testosterona, etc.- que establecen esa especie de red de intercomunicación celular ocupada de controlar la intensidad de las funciones químicas de las células, regular el transporte de sustancias a través de las membranas celulares y, sobre todo, de lograr la homeostasis o equilibrio del organismo. Obviamente se trata de un sistema muy complejo por lo que cualquier alteración del mismo puede desembocar en problemas patológicos a corto, medio o largo plazo. En cuanto a la palabra “disruptor” define a cualquier sustancia capaz de interferir en los sistemas hormonales de animales y humanos, bien a alterando los estrógenos (hormonas básicamente masculinas), bien los andrógenos (hormonas básicamente femeninas) o cualquier otro sistema hormonal como el tiroideo o el neuroendocrino.
-Díganos, doctor, ¿sería exagerado decir que actualmente somos todos toxicómanos ambientales?
-No. En realidad es una buena definición de lo que está ocurriendo; eso sí, involuntarios e inconscientes. Y es que la mayoría de la población tiene una confianza ciega en los sistemas de protección ambiental y de control, en que funcionan razonablemente bien y que, por tanto, el riesgo de tener problemas de salud por tóxicos ambientales es muy bajo cuando la realidad no es ésa: el peligro es alto, real y desgraciadamente no se está actuando adecuadamente para proteger a la población.
-De hecho hemos pasado de estar expuestos a tóxicos acumulables a estarlo a otros no acumulables pero igual de dañinos o más…
-Nosotros empezamos investigando los químicos tóxicos que se van acumulando en el organismo porque se encuentran presentes sobre todo en los alimentos pero a partir de los años noventa empezamos a saber que hay otros muchos que sin necesidad siquiera de acumularse son igualmente peligrosos: el bisfenol, los parabenos, los ftalatos…; compuestos no especialmente persistentes que se disuelven en agua o alcohol y no ya en la grasa y se suelen eliminar por la orina, al menos parcialmente. Y que pueden detectarse rápidamente y de forma sencilla en ella o en la sangre. Los hemos denominado “pseudo-persistentes” ya que aunque no se acumulen siempre están ahí y presentan en sangre niveles parecidos a los tóxicos persistentes que consumimos a diario a lo largo de la vida.
-¿Igual de peligrosos?
-Para los toxicólogos lo que se define como peligroso tiene que ver con la dosis; para ellos hoy nada es bueno o malo porque eso depende de la cantidad. ¿Ingerir una sustancia química -considerada de forma individual- en una concentración baja es peligrosa? Pues quizás sí puesto que esa sustancia va a interaccionar inevitablemente con otras en el organismo que pueden actuar mediante un mecanismo similar. Y hoy sabemos que todos nosotros, sin excepción, estamos contaminados con decenas de tóxicos de origen ambiental. ¿Y en qué cantidades y mezclas son perjudiciales? Pues no se sabe pero nosotros hemos constatado que muchos podemos llegar a tener hoy en nuestros organismos simultáneamente uno o dos centenares de sustancias tóxicas y aunque sus cantidades individuales sean pequeñas estamos convencidos de que la sinergia entre ellas es a menudo peligrosa
–Lo que sí tenemos entendido es que ustedes han descubierto que buena parte de los productos tóxicos peligrosos son disruptores endocrinos..
-Sí. Y los disruptores endocrinos -EDCs por las siglas en inglés de Endocrine Disrupting Chemical– son sustancias que alteran el equilibrio hormonal, especialmente en fases críticas del desarrollo embrionario, provocando efectos adversos sobre la salud de una persona y, a veces, de su descendencia. Hablamos pues un grupo de sustancias químicas de muy diferente origen y estructura que en su día se sintetizaron para cumplir funciones diversas en muy distintas aplicaciones. Ya en 2002 la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó en un informe de los efectos adversos observados en la fauna y la salud humana atribuidos a la exposición a ellos. Hoy ese conocimiento ha progresado enormemente y ya se relaciona la exposición a los EDCs con afecciones y problemas de salud muy diversos -crónicos, degenerativos, agudos, reproductivos, cáncer…- lo que ha servido para alertar por fin a la comunidad médica. Lamentablemente ni los médicos ni las autoridades sanitarias están afrontando seriamente el problema.
-¿Quiere decir que siguen sin regularse los disruptores endocrinos?
-Aunque a sus lectores les pueda parecer inaudito no se ha regulado aún nada en Europa a pesar de los constatados riesgos de los disruptores endocrinos. Tan solo se ha incluido la información sobre disrupción endocrina en la regulación de pesticidas que, de hecho, incluían la reprotoxicidad (toxicidad para la reproducción) entre los test de obligado cumplimiento. En los dos últimos años ha habido numerosas peticiones del Parlamento Europeo reclamando a la Comisión que cumpla con el compromiso contraído de implementar un plan de actuaciones para proteger a los europeos frente a tales compuestos ¡hace más de doce años!… sin éxito. Y eso que a finales de 2013 el Parlamento aprobó un proyecto de resolución de la Comisión de Medio Ambiente, Salud y Seguridad Alimentaria alertando de los disruptores endocrinos –2012/2066(INI)- y se creó un comité integrado por más de un centenar de científicos y representantes de organizaciones ambientales –el llamado The Endocrine Disrupters Expert Advisory Group- que elaboró un informe científico minucioso sobre ellos… ¡20 años después de la primera alerta sobre su peligrosidad! Sin embargo, antes de que fuera considerado siquiera por la Comisión apareció una carta abierta firmada por 16 editores de revistas sobre Toxicología según los cuales el actual sistema de evaluación sobre riesgos es correcto y no procede modificarse la legislación.
Evidentemente fueron de inmediato contestados, entre otros por P. Grandjean y D. Ozonoff que exigieron a los toxicólogos firmantes de esa carta que dieran a conocer públicamente sus conflictos de intereses, cuál es su relación con la industria que produce esos disruptores y cuáles sus fuentes de financiación. Bueno, pues como no lo hicieron voluntariamente un grupo medioambiental consiguió los datos, los publicó y resulta que quince de los dieciséis cobran de la industria y a pesar de ello algunos trabajan para la Unión Europea en distintas comisiones como presuntos “científicos independientes”. En pocas palabras, los lazos entre los firmantes y la industria son tan estrechos que todas sus afirmaciones y recomendaciones carecen de la más mínima credibilidad.
Así que en pleno escándalo el Parlamento Europeo volvió a instar a la Comisión -en octubre de 2013- ¡a que tomase medidas urgentes pero ésta, presionada por los lobbys y a fin de ganar tiempo, contestó que lo haría esta primavera de 2014. Y es que en mayo hay elecciones y si el actual equipo de Durao Barroso no siguiera la “patata caliente” se la quedarán los próximos que lleguen… que pedirán tiempo para abordar el tema. Con lo que los EDCs seguirían sin regularse en Europa.
VENENOS POR TODAS PARTES
-Realmente es una vergüenza porque la contaminación ambiental es cada vez más preocupante. Los datos del informe publicado en Francia con el título Generation Future que usted menciona en sus ponencias indican que cualquier niño de clase media en una ciudad ingiere a diario unos 128 residuos procedentes de 87 compuestos químicos ¡de los que más del 40% son cancerígenos! ¿Por qué no se informa de esto a la población? ¿Por qué no se le explica por ejemplo que el salmón que compra en el mercado contiene ¡hasta 34 residuos químicos! ¿Cómo es posible tamaño dislate?
-Pues porque nuestras autoridades lo consideran algo “asumible”. Es sencillamente escandaloso. Alegan que las cantidades individuales de los residuos químicos presentes en los alimentos están por debajo del límite considerado “peligroso” pero la realidad es que tales límites los han fijado mayoritariamente personas relacionadas con quienes los fabrican y comercializan y además nadie ha estudiado nunca qué ocurre cuando se combinan entre sí todos ellos. Y eso es lo que hace que el sistema haga aguas. Porque si no se han estudiado nunca los potenciales efectos negativos de tales sustancias de forma combinada, ¿cómo puede negarse su toxicidad?
Cuando hace años se puso en marcha el proceso de regulación de las sustancias químicas utilizadas en los procesos industriales -el conocido Registro, Evaluación y Autorización de Químicos (REACH por sus siglas en inglés)- algunos investigadores avisamos que había que valorar los efectos de combinar tales sustancias y estudiar además sus efectos en los más vulnerables –ancianos, enfermos, niños y fetos en gestación- pero nos ignoraron. El lobby que representaba a la industria no permitió que se hiciera ni una sola mención al respecto. La posterior presión de los investigadores independientes sería sin embargo tal que en 2012 se acordó constituir una comisión para tratar de modificar algunos aspectos del Proyecto REACH y se tomaran en consideración los efectos combinados. Pero, claro, ya lo dijo Napoleón: “Si quieres que algo se haga nombra a un responsable, si quieres que se demore eternamente nombra una comisión”. Es pues evidente que no se quiere afrontar el problema.
-Pues fondos para investigarlo sí ha habido, ¿no?
-Sí. Europa se ha gastado un dineral en investigación sobre los disruptores endocrinos. Yo mismo he sido uno de los beneficiados cada cuatro años -uno más a nivel europeo- y de hecho he liderado proyectos de 450.000 euros que me han servido para mantener a un grupo de 38 personas. Gracias a esos fondos se ha podido desarrollar la carrera de todo el grupo y la publicación de 15 o 16 papers anuales. Y los fondos europeos no han sido los únicos: también los hemos recibido del Instituto Carlos III y de otros organismos nacionales. Así que lo menos que podía esperarse de las autoridades europeas y nacionales es que ya que han pagado la investigación ¡se la lean y la tomen en consideración! Porque nuestra investigación no se ha hecho para decidir algo sobre un futuro lejano sino para tomar decisiones a corto o medio plazo. Mire: absolutamente todo lo que denuncio en las conferencias que llevo impartidas sobre el impacto de las sustancias químicas en la salud ¡está publicado en revistas científicas de prestigio!
-Un equipo de investigadores españoles encabezado por la doctora Montserrat González Estecha desarrolló en el Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Clínico de Madrid un trabajo titulado Mercurio en el atún enlatado en España. ¿Es el atún claro realmente claro?–el trabajo se publicó en 2013- según el cual no es conveniente dar atún en conserva a los niños y adolescentes. ¿No es un delito ocultar este dato a los consumidores?
-No sé si un delito pero desde luego una gran irresponsabilidad en un país como el nuestro en que el bocadillito de atún es un recurso alimenticio común para los niños; pero así son las cosas… Como el resto de estudios sobre tóxicos medioambientales, simplemente no ha transcendido a pesar de que está publicado en una revista internacional como Food and Nutrition Sciences y a disposición de cualquier persona. En ese trabajo se invita de hecho a las autoridades a ejercer un control estricto porque los niveles de mercurio detectados en todos los tipos de pescado grande enlatados con el nombre de “atún” son muy altos y su ingesta implica un aporte de mercurio que supera el máximo recomendable; sobre todo en los casos de niños, adolescentes y mujeres embarazadas. Con un consejo: ¡cambien el atún por caballa; es más sano!
-Dicen ustedes que hasta el cartón de la pizza puede ser motivo de toxicidad…
-Cierto. En 2007 detectamos actividad hormonal estrogénica en el extracto de papel reciclado utilizado como cartón en las pizzas que puede contaminar el alimento. Y es que al entrar una pizza muy caliente en contacto con el cartón las sustancias químicas presentes en éste pueden pasar al alimento. El problema no es pues cuánta grasa de la pizza pasa a la caja sino cuántos de los componentes de la caja -mezcla a la que propusimos denominar “pasta química apta para la impresión gráfica”- es capaz de absorber la pizza. De hecho nos preguntamos qué informes técnicos garantizan la seguridad biológica de los papeles y cartones reciclados que se utilizan en alimentación y, en caso de existir, dónde se han publicado. Téngase en cuenta que para reciclar se utiliza generalmente papel de impresión con poco color que contiene la celulosa original más las tintas utilizadas en la impresión, normalmente compuestos plásticos, resinas que polimerizan con el calor; por eso cuando se saca la hoja antes de tiempo la tinta se va. Es decir, se están cogiendo hojas impresas que se machacan y trituran para volver a hacer con ellas pasta y con ésta elaborar de nuevo papel y cartón. Solo que en esa pasta química hay de todo porque se han roto los polímeros y las sustancias quedan libres para pasar a los alimentos.
-También está demostrado que el agua mineral embotellada en plástico es peligrosa; en la revista lo denunciamos hace más de cinco años en un artículo que con el título El enorme peligro de algunos envases de plástico publicamos en el nº 112. Ustedes también han constatado ese peligro, ¿verdad?
-Sí; la investigación verá pronto la luz. Su consumo afecta claramente nuestra actividad hormonal, tanto estrogénica como antiandrogénica. Y de hecho en Alemania ya se desaconseja su consumo. Si tú tienes una mezcla de compuestos químicos con potente actividad estrogénica y antiandrogénica, probablemente es por su contenido en ftalatos.
-¿Cuál ha sido el alcance de su estudio?
-Hemos analizado 29 botellas que se comercializan en toda España; veintiséis de plástico y tres de cristal. Y el 100% presentan componentes hormonales; no puedo decir cuáles porque se midió la actividad biológica resultante y no los compuestos químicos. Luego conviene que reconsideremos si el agua mineral es realmente una alternativa válida al agua del grifo.
-Pero si el problema también está en las de cristal, ¿cuál es la causa de esa actividad hormonal?
-El problema puede estar en la propia agua del manantial, en el proceso de embotellamiento, en la composición del envase… Hay que investigarlo.
OTROS CONTAMINANTES
-Permítanos entender las razones de algunas recomendaciones menos conocidas. ¿Por qué no se debe reutilizar una botella de plástico? Por ejemplo llenarla otra vez de agua y meterla en la nevera…
-Eso lo explican hasta los propios fabricantes: porque cuánto más vieja es una botella más sustancias químicas traspasan al medio que contienen. Se trata de aditivos que lleva el plástico para mejorar sus cualidades –flexibilidad, resistencia a la luz, color, etc…- y que por no estar estructuralmente unidos al polímero mayoritario del que está hecha la botella pueden liberarse en el agua más fácilmente. Por tanto las botellas de plástico son de usar y tirar.
-Sin embargo se dice que hay quienes utilizan plástico reciclado para hacer fibra con el que fabricar material textil. ¿Es así?
-Sí. Me lo confirmaron personalmente los propios fabricantes de politereftalato de etileno (PET) usado habitualmente para fabricar envases de bebidas y productos domésticos. Un tercio de lo que se recicla se envía a Oriente, allí se transforma y vuelve a Europa en forma de hilo de poliéster para hacer ropa. Aunque lo más grave es que los fabricantes de esa fibra procedente de PET añaden todo tipo de aditivos para obtener las cualidades textiles que van a precisar: bromados como retardadores de la llama para que no ardan con el fuego, perfluorados, alquifenoles, colorantes, antiarrugas, antideformantes y otros que hacen que no se necesite plancha, que los tejidos mejoren su impermeabilidad o que los colores sean resistentes, entre otras cualidades atractivas; componentes añadidos a la fibra que el fabricante del tejido ya no tiene que añadir y que con el tiempo se desprenden sobre nuestra piel.
-¿Y hay información sobre cuáles son los que se utilizan?
-No, porque en los textiles solo se declara la composición porcentual de sus componentes: por ejemplo 70% de lana, 20% de poliamida, 15% de poliéster… pero no se detallan los aditivos químicos que contiene. ¡Y sin embargo en los tejidos se están utilizando aditivos de todo tipo!
Quizás alguien piense que es un proceso seguro, que algún equipo de toxicólogos ha estudiado científicamente y luego decidido cuánto de cada sustancia puede acceder sin peligro a un organismo a través de la piel pero yo nunca he visto tales investigaciones. Por más que he buscado informes técnicos sobre ello nunca los he encontrado. Y si la sociedad los ha pagado ¡tienen que estar en algún sitio! Sin embargo yo me enteré de que se añadían aditivos a los textiles porque las webs de los fabricantes de las materias primas, de las sustancias químicas, ¡explican quiénes son sus clientes! Hay más información en la web de quienes fabrican y venden bisfenol A sobre quién y dónde se utiliza que en la información que facilitan los fabricantes textiles.
-Usted denuncia que los ftalatos están también presentes en buena parte del material médico que se utiliza en clínicas y hospitales…
-Sí. Y no solo las bolsas de plástico; buena parte del material médico se trata con ablandadores para que sea flexible; en especial las sondas y todo lo que está en contacto con los vasos sanguíneos. Y luego está el policarbonato presente en el material rígido. Hay ya acabado un estudio en Madrid sobre la presencia de bisfenol A en las máquinas de diálisis en el que además se propone una alternativa eficaz y segura pero a los fabricantes no les interesa. Así que pudiendo evitarse se siguen usando esas máquinas contaminantes. Y lo mismo pasa con las incubadoras de las unidades neonatales de cuidados intensivos.
-Tenemos entendido que los productos que provocan más problemas de salud son los cosméticos. ¿Es así?
-Sí. La contaminación procedente de los cosméticos es de las más graves porque es casi farmacológica; se produce a nivel dérmico y es muy repetitiva y constante. Que los compuestos químicos de los cosméticos se absorben por el organismo está científicamente demostrado; hay estudios muy buenos al respecto. En uno de ellos se preguntó a 400 jóvenes yuppies de Boston qué productos de higiene corporal habían utilizado por la mañana -desodorante, champú, gel o dentífrico- y después les tomaron unas muestras de orina en el almuerzo. Las buenas noticias del estudio fueron que todo lo que habían utilizado estaba en sus orinas a las doce de la mañana, las malas que el organismo lo había absorbido todo. Así lo dice el trabajo. Y es que, ¿qué piensa la gente? ¿Que la axila o la piel son de plástico? ¿Que uno puede aplicarse productos externos y éstos no penetren? Quizás lo que se absorba un día no importe pero un producto que se utiliza todos los días acaba comportándose como si se ingiriera una dosis farmacológica continuada del mismo. Así que los cosméticos están introduciendo sus componentes químicos tóxicos diariamente en quienes los utilizan y pocos parecen darse cuenta del peligro de hacer eso.
-Quizás bastara leer los componentes del producto en las etiquetas para evitar los que lleven alguno potencialmente peligroso…
-Mire, una buena colonia -por poner un ejemplo- puede tener más de 45 componentes y hoy hay que tener la agudeza visual de un niño de 13 años para conseguir leer la etiqueta. Además hay que saber química analítica avanzada para saber si alguno es un filtro ultravioleta, un conservante, un detergente, un colorante… Y finalmente uno se encuentra con “el gran secreto”. Bajo la palabra parfum o scent, que se presenta como un componente más, se encuentran una serie de compuestos no declarados que supuestamente dan al producto la originalidad de la marca. Y uno se pregunta: ¿y hay hecho algún estudio toxicológico sobre el impacto de cada principio activo así como del conjunto? ¿Y de sus metabolitos? Porque lo que nosotros medimos en orina no son los compuestos originales sino sus metabolitos, es decir, los compuestos de degradación de nuestro organismo. En suma, ¿alguien conoce el posible impacto negativo para la salud de los cosméticos? ¿Alguien ha estudiado de forma rigurosa cómo se comportan? En absoluto. Sin embargo la gente los compra porque supone que no hay peligro en ellos ya que las autoridades tienen la obligación de velar para que así sea. Y por desgracia está equivocada.
-El conocido catedrático de Neurobiología de la Universidad de Amsterdam (Holanda) Dick Swaab sostiene que los disruptores endocrinos afectan en el útero las células cerebrales de los fetos en desarrollo pudiendo hasta condicionar su orientación sexual. ¿Cuándo empezaron a conocerse los efectos en las hormonas de algunos productos?
-Hace años se comprobó que algunos productos químicos ambientales alteraban de forma clara las hormonas; principalmente, los estrógenos, las hormonas de las hembras. Primero en animales libres y después en animales de experimentación. La primera en denunciar el problema fue Rachel Carson en su libro Primavera silenciosa aparecido en 1962 quien mostró cómo animales como el águila calva, el alligator de Florida o el oso del polo norte presentaban problemas de reproducción y comportamiento, pérdida de capacidad de apareamiento y emparejamiento macho-macho, todos ellos relacionados con el papel que las hormonas sexuales femeninas tienen sobre las características que distinguen al macho y la hembra. Numerosos estudios posteriores confirmarían que ese tipo de compuestos químicos trastornan el desarrollo sexual y la reproducción; no sólo en numerosas poblaciones animales sino también en los seres humanos. Desde entonces hemos visto evidencias ambientales en todo el mundo. Primero apareció lo que se denomina intersex -variación de características sexuales que no permiten que un individuo se identifique claramente como macho o hembra- en los peces de los ríos canadienses que vivían en el entorno de fábricas de papel. Y después apareció el mismo fenómeno en los peces de río ingleses y españoles. Fundamentalmente problemas de comportamiento y feminización o desmasculinización del macho; hablamos de dos fenómenos distintos, uno ligado a los estrógenos y otro a la posición antiandrogénica. Hasta que aparece el problema en los humanos. Solo que como enseguida se relacionó con el cáncer de mama y otros tumores lo demás quedó opacado.
Más tarde se comprobaría que los disruptores endocrinos afectan a la función reproductora y empezamos a acumular estudios de calidad seminal, de pérdida de fertilidad de la especie, de afectación del macho… Y después aparecieron los efectos sobre la tiroides, el crecimiento y el desarrollo cerebral. Con lo que su incidencia sobre el comportamiento sexual perdió importancia para muchos. Pero entonces aparecieron los ftalatos, empezamos a encontrarlos en la orina y se hicieron los primeros estudios por Shanna Swan –primero en San Francisco y después en Nueva York- para saber cómo afectan a los fetos durante la gestación y en sus comportamientos posteriores ya en la escuela. Y resulta que empiezan a verse en los machos cambios en los rasgos de agresividad y comportamientos habitualmente relacionados con el sexo masculino. En cambio nadie ha querido dar el paso de relacionar estos químicos con los cambios de comportamiento en los adultos. Claro que si por asociar exposiciones químicas a cáncer nos han llovido palos por todas partes imagínese si se nos ocurre asociar comportamientos del adulto a la exposición química. Así que de momento nos seguimos agarrando a diagnósticos anatomopatológicos hechos por especialistas que firman diagnósticos de cáncer o bajos conteos espermáticos; es decir, preferimos apostar por resultados certificados. Pero las observaciones están ahí…
LA CARGA DE LA PRUEBA
-Pero, ¿por qué tienen que ser ustedes, los investigadores independientes, los que aporten pruebas de la peligrosidad de los productos químicos comercializados por la industria y no ésta la que demuestre antes de hacerlo su inocuidad?
-Porque la industria impuso sus intereses entre los legisladores. De ahí que hoy nos gastamos el dinero de los contribuyentes en hacer el trabajo que la industria debió haber hecho antes. Es patético que en 2014 haya aún por ejemplo que gastar dinero en demostrar la asociación entre el DDT y el cáncer de mama. Quien puso el DDT en el mercado en los años 40 tenía que haber demostrado antes su inocuidad. Y el que puso bisfenol A en los biberones haberse asegurado de que nunca iba ningún padre a arrepentirse de haber dado de comer a su hijo en ellos. La carga de la prueba debería recaer sobre quien propone una acción, no sobre quien la sufre pero desgraciadamente en el mundo de las sustancias químicas no es así. Mire, nos estamos envenenando ante la pasividad de nuestros gobernantes. Apenas se aplican restricciones y cuando se hacen llegan tarde, mal o nunca.
-¿Le caben aún dudas de que los políticos protegen ante todo a la industria y no a los ciudadanos?
-Lo evidente es que las normas sobre este asunto no son nacionales, las dicta una estructura supranacional en Bruselas que depende de la Comisión Europea. Es allí donde se toman las decisiones y es difícil intervenir en esos foros o presentar en ellos una opinión científica consensuada. Los investigadores tenemos la impresión de que las ONGs presentes en esos foros tienen una opinión consensuada corporativista al igual que la industria pero los científicos invitados a ellos somos auténticos francotiradores que lo que hacemos es expresar dudas que carecen de la fuerza de los lobbys que acuden profesionalmente preparados para defender sus posiciones. Es una lucha desigual.
-Una última pregunta: ¿hay esperanza? ¿Es usted optimista a pesar de todo?
-Prefiero ser realista; y afortunadamente veo que cada vez nos prestan más atención médicos jóvenes que son quienes pueden condicionar el futuro. En cuanto se les dan argumentos empiezan a dudar de lo que les han enseñado y a preguntarse una y otra vez qué está realmente ocurriendo. Estoy persuadido de que poco a poco irán incorporando en sus esquemas mentales y profesionales la influencia que los tóxicos medioambientales tienen en múltiples enfermedades.
Antonio F. Muro