La concepción del mundo de Anastasia es singular e interesante. ―¿Qué es Dios, Anastasia? ¿Existe? Y si es así, ¿por qué nadie Le ha visto?
―Dios es la Razón o Inteligencia interplanetaria. No se encuentra en una masa única.
La mitad de Él permanece en la parte inmaterial del Universo. Es un complejo de todas las energías. Su otra mitad está dispersada en partículas por la Tierra, cada ser humano porta una. Las fuerzas oscuras aspiran a bloquear estas partículas.
―¿Qué le espera a nuestra sociedad a tu juicio? ―La perspectiva es una toma de conciencia de lo pernicioso del camino tecnocrático del desarrollo y una vuelta hacia los orígenes.
―¿Me quieres decir que todos nuestros científicos son unos seres atrasados que nos llevan a un callejón sin salida? ―Quiero decir, que por medio de ellos se acelera el proceso con el cual os estáis acercando a la comprensión de que vais por un camino erróneo. ―¿Y qué? ¿Todas las máquinas y las edificaciones que construimos son en vano? ―Sí. ―¿No es aburrido para ti vivir aquí sola, Anastasia? ¿Sin televisión ni teléfono? ―¡Qué cosas más primitivas has nombrado! Esto lo ha tenido el Hombre desde el principio, sólo que en un estado más perfecto. Y yo las tengo también. ―¿Tienes televisor y teléfono?
―¿Pero qué es un televisor? Es un aparato, por medio del cual se lleva alguna
información a la casi atrofiada imaginación humana, se superponen las imágenes y se montan argumentos. Yo puedo por medio de mi imaginación dibujar todo tipo de argumentos, cualquier clase de imágenes, desarrollar las situaciones más increíbles, y además participar en ellas yo misma, es decir, influir en la trama. Ay, seguramente me he expresado de manera incomprensible, ¿verdad?
―¿Y el teléfono?
―Un Hombre puede hablar con otro sin ayuda del teléfono. Para esto sólo se necesita la voluntad y el deseo de ambos y una imaginación desarrollada.
¿Quién enciende una nueva estrella?
En la segunda noche, temiendo que Anastasia me metiera su osa otra vez para
calentarme o maquinara alguna otra cosa, me negué rotundamente a acostarme, si ella no se acostaba a mi lado. Pensé que si estaba a mi lado no maquinaría nada. Y dije:
―Me invitaste, supuestamente, como huésped a tu casa. Yo pensaba que aquí habría, al menos, algunas construcciones, pero ni siquiera me dejas encender una hoguera y encima, me metes bestias por la noche. Si no tienes una casa normal, entonces ¿para que invitas a la gente?
―Está bien, Vladimir, no te preocupes por favor, y no tengas miedo. No te ocurrirá nada malo. Si lo deseas, me acostaré a tu lado y te daré calor.
Esta vez la cueva-osera estaba sembrada con aún más ramitas de cedro, y había aún más hierba seca puesta con esmero, cubriendo el suelo, las paredes también estaban cubiertas de ramitas clavadas.
Me desvestí. Puse los pantalones y el jersey bajo mi cabeza. Me acosté, cubriéndome con la cazadora. Las ramitas de cedro desprendían ese aroma que, según la literatura científica de divulgación, descontamina el aire, aunque en la taiga, el aire de por sí es puro y fácil de respirar. La hierba seca y las flores añadían algo más… un aroma inusualmente delicado.
Anastasia cumplió su palabra y se acostó a mi lado. Sentí que la fragancia de su cuerpo excedía todos los olores. Era más grato que el más delicado de los perfumes que yo hubiera podido respirar alguna vez del cuerpo de una mujer. Pero ahora, ni se me pasaba por la mente poseerla. Después de aquel intento de hacerlo en el camino hacia el clarito de bosque de Anastasia, el miedo que se apoderó de mí entonces, y la pérdida de conciencia, no me surgieron más deseos lascivos, ni tan siquiera cuando la veía desnuda.
Mientras estaba acostado, soñaba con el hijo que mi mujer nunca me dio. Y pensé:
“¡Qué bueno sería si me naciera un hijo de Anastasia! Ella es tan sana, tan resistente y bella. Entonces, el niño también sería sano. Se parecería a mí. Bueno, a ella también, pero más a mí. Se hará una persona fuerte e inteligente. Va a saber mucho. Llegará a ser una persona de talento y feliz”.
Imaginé a mi hijo siendo un bebé, pegado a los pezones de su pecho e
involuntariamente puse la mano sobre el elástico y caluroso pecho de Anastasia. Inmediatamente, un temblor recorrió todo mi cuerpo y al momento se disipó, pero no era de miedo, sino excepcionalmente agradable. No retiré la mano, simplemente esperaba, conteniendo la respiración, a ver qué ocurría a continuación. Y entonces sentí cómo sobre la mía, descendió la suave palma de su mano: ella no me apartaba.
Me incorporé un poco y empecé a mirar el hermoso rostro de Anastasia. La blanca noche norteña lo hacía aún más atractivo. Era imposible despegar la mirada. Sus cariñosos ojos de color gris-celeste me miraban a mí.
No pude refrenarme, me incliné y apenas con un roce, rápido y delicado, besé sus labios entreabiertos. De nuevo, por el cuerpo me recorrió un temblor agradable. El aroma de su aliento envolvía mi rostro. Sus labios no pronunciaron, como la vez pasada: “No lo hagas, tranquilízate”, y no había miedo en absoluto. Los pensamientos de un hijo no me abandonaban. Y cuando Anastasia me abrazó tiernamente, me pasó la mano por el cabello y se hizo hacia a mí con todo su cuerpo… ¡sentí algo indescriptible…!
Sólo al despertarme por la mañana pude tomar conciencia de que nunca antes en toda mi vida había experimentado una sensación tan magnífica de admiración y satisfacción tan dichosas. Otra cosa que me extrañó fue que después de pasar la noche con una mujer, siempre viene una sensación de cansancio físico, sin embargo, aquí todo era diferente. Y también tenía la sensación de alguna gran creación. La satisfacción no era solamente física, sino que era una satisfacción algo incomprensible, desconocida antes para mí, extraordinariamente bonita y alegre. Incluso cruzó por mi mente la idea de que, sólo por una sensación así, vale la pena vivir.
¿Y por qué no había experimentado antes nada parecido a esto? Aunque había habido diferentes mujeres: bellas, queridas, experimentadas en el amor… Anastasia era una chiquilla. Una muchacha sensible y cariñosa. Pero además de esto, había algo en ella que no era propio de ninguna de las mujeres que yo había conocido. ¿Qué era? ¿Y dónde se había metido ahora? Me acerqué a la entrada de la confortable cueva osera, me asomé y miré al claro.
El claro se hallaba en un nivel un poco más bajo que la morada nocturna, situada en una elevación. Lo cubría una capa de niebla matutina de medio metro. En esta niebla, Anastasia daba vueltas con las manos extendidas haciendo que una pequeña nubecilla de niebla se elevara a su alrededor. Y cuando ésta la envolvía por entero, Anastasia daba un salto con ligereza y volaba por encima de la capa de niebla extendiendo los pies en un spaccato como una bailarina, se posaba en otro sitio, y de nuevo, girando y riéndose, formaba una nueva nubecilla a su alrededor, a través de la cual penetraban los rayos del sol naciente, acariciándola. Era una escena encantadora y fascinante y movido por la gran emoción que me embargaba grité:
―¡Anastasiaaa! ¡Buenos días, hermosa hada forestal Anastasiaaa!
―Buenos días, Vladimir ―gritó ella, respondiendo con alegría.
―¡Me siento tan bien, tan estupendamente ahora! ¿Por qué es esto? ―grité con todas mis fuerzas.
Anastasia levantó las manos al encuentro del sol, se echó a reír con su atrayente risa feliz, y me gritó a mí y a alguien más en lo alto, como cantando:
―¡De todas las criaturas en el Universo, sólo al Hombre le es dado sentir algo así!
–¡Sólo al hombre y a la mujer que sinceramente desearon tener un hijo el uno del otro!
-¡Sólo el Ser Humano que siente algo así, enciende una estrella en el cielo!
-¡Sólo el Ser Humaaanooo que aspira a la creación.
–¡Graaacias a tiii! ― Y volviéndose sólo a mí, rápidamente añadió:
―Sólo al Ser Humano que aspira a la creación y no a la satisfacción de sus
necesidades carnales.
Ella se echó a reír alegremente otra vez, dio un gran salto, se estiró en un spaccato, como si se echara a volar por encima de la niebla. Después se me acercó corriendo, se sentó a mi lado, a la entrada de la morada nocturna, y empezó a peinar sus cabellos dorados con los dedos, levantándolos de abajo a arriba.
―¿Entonces no consideras el sexo como algo pecaminoso? ―pregunté.
Anastasia se quedó inmóvil. Me miró con asombro y respondió:
―¿Acaso fue esto sexo como el que en tu mundo se entiende por esta palabra? Y si no, entonces ¿qué es más pecaminoso: ¿entregarse para que venga al mundo un ser humano o abstenerse y no dejarle nacer? ¡A un verdadero ser humano!
Me quedé pensativo. Efectivamente, no era posible llamar “sexo” a la intimidad de la noche con Anastasia. Así es que entonces, ¿qué fue lo que pasó por la noche? ¿Qué palabra sería apropiada aquí? Y otra vez pregunté:
―¿Y por qué antes no me ha ocurrido nada semejante, y me atrevería a decir que tampoco a otros?
―Lo que ocurre, Vladimir, es que las fuerzas oscuras aspiran a desarrollar en el hombre bajas pasiones carnales para no dejarle sentir la bienaventuranza regalada por Dios. Ellos inculcan, por todas las vías posibles, que la satisfacción es algo que se puede obtener fácilmente pensando sólo en la satisfacción carnal. Y precisamente con ello, desvían al Hombre de la verdad. Las pobres mujeres engañadas, que ignoran esto, pasan toda la vida aceptando sólo sufrimientos, y buscando la bienaventuranza perdida. Pero la buscan en el sitio erróneo. Ninguna mujer podrá impedir al hombre la fornicación si ella misma se permite entregarse a él por la sola satisfacción de las necesidades carnales. Si ocurre esto, entonces su vida en común no será feliz.
Su vida en común es una ilusión de unión, una mentira, un engaño aceptado por las convenciones sociales. Puesto que la mujer misma en seguida se convierte en fornicadora, al margen de que esté casada con ese hombre o no.
¡Oh, cuántas leyes y convencionalismos ha inventado la humanidad esforzándose por consolidar esta falsa unión artificialmente! Leyes tanto religiosas como seglares. Todo en vano. Todo lo que han provocado estas normas es hacer que la gente haga un paripé de acuerdo con ellas y simplemente finja que esa unión existe. Pero los pensamientos interiores de una persona permanecen siempre inalterables y no están sujetos a nada ni a nadie. Jesucristo vio esto, e intentando contrarrestarlo dijo: “Aquel que mira a la mujer con concupiscencia, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”.
Después vosotros, en un pasado reciente, os esforzabas por estigmatizar al que abandonaba a su familia. Pero nada en ningún tiempo, en ninguna situación, ha podido detener el deseo del Hombre de buscar esa bienaventuranza sentida intuitivamente: la gran satisfacción. Y de buscarla contumazmente.
La unión falsa es temible. ¡Los niños! ¿Entiendes, Vladimir? ¡Los niños! Ellos sienten la mentira, la falsedad de tal unión. Y ponen en duda todo lo dicho por sus padres. Los niños, en su subconsciente, perciben el embuste ya durante el momento de su concepción. Y se sienten mal por ello.
Pero es que… dime, ¿quién, qué persona, va a querer venir al mundo como consecuencia, sólo, de placeres carnales? Todos y cada uno quisiéramos ser creados en un gran arrebato de amor, en la misma aspiración a la creación, pero no venir al mundo sólo como consecuencia de los placeres carnales.
Quienes entran en una falsa unión, van luego a buscar la satisfacción verdadera a escondidas el uno del otro. Van a tratar de poseer un cuerpo nuevo cada vez, o usarán sólo sus propios cuerpos de forma rutinaria y abocada al fracaso, sintiendo, de forma intuitiva, que la bienaventuranza de la unión verdadera está cada vez más y más lejos de ellos.
―Anastasia, espera. ¿De veras, tan irremediablemente condenados están el hombre y la mujer, si la primera vez, todo lo que pasó entre ellos, fue simplemente sexo? ¿Acaso no hay retorno, no hay posibilidad de subsanar la situación?
―Hay posibilidad. Ahora, yo sé qué hacer. Pero ¿dónde, qué términos encontrar para poder expresarlo con palabras? Yo estoy buscando todo el tiempo, esas palabras. En el pasado he buscado, y en el futuro. No las he encontrado. Quizás estén muy cerca, y de un momento a otro, se aparecerán; nuevas palabras nacerán, capaces de hacerse oír por la razón y el corazón. Nuevas palabras que hablen de la verdad ancestral de los orígenes.
―Pero no te preocupes mucho, Anastasia. Dilo de momento con las palabras que hay, poco más o menos. ¿Qué más puede necesitarse para la satisfacción verdadera, aparte de dos cuerpos?
―¡Conciencia! Una mutua aspiración a la creación, sinceridad y pureza en esta aspiración.
―¿Cómo sabes todo esto, Anastasia?
―No soy la única que lo sabe. Los maestros iluminados trataron de explicar la esencia de esto a la gente: Veles, Krishna, Rama, Shiva, Cristo, Mahomed, Buda.
―¿Pero tú qué? ¿Has leído sobre toda esta gente? ¿Dónde? ¿Cuándo?
―No he leído sobre ellos, yo simplemente sé lo que decían, lo que pensaban, lo que querían conseguir.
―¿Entonces el sexo por el sexo, según tu parecer, es malo?
―Muy malo. Desvía al Hombre de la verdad. Destruye las familias. Se malgasta una
enorme cantidad de energía.
―Entonces, ¿por qué se publican tantas revistas de toda suerte con mujeres
desnudas en posturas eróticas y se proyectan tantas películas con erotismo y sexo? Y todo esto goza de muchísima popularidad. La demanda engendra la oferta. ¿Es que pretendes decir que nuestra humanidad es completamente tonta?
―La humanidad no es tonta, pero el mecanismo de las fuerzas oscuras que eclipsa la espiritualidad y despierta las bajas pasiones de la concupiscencia es un mecanismo muy fuerte. Este trae muchas desgracias y sufrimientos a la gente. Funciona a través de las mujeres, utilizando su belleza. La belleza, cuyo propósito es engendrar y mantener en el hombre el espíritu de un poeta, un artista, un creador. Sin embargo, la mujer misma tiene que ser pura para esto. Si no hay suficiente pureza, se presenta la tentativa de atraer al hombre con los encantos de la carne. Con la belleza externa de una vasija vacía. Así le engañan a él, e inevitablemente, sufren en ellas mismas las consecuencias de este engaño toda la vida.